La Casa Fernández Blanco exhibe “De blanco te esperé”: una selección de trajes de boda producidos en nuestro país entre 1870 y 1926, junto a una colección de más de doscientos retratos fotográficos del mismo período. Estas piezas, nunca reunidas en una muestra específica, fueron legadas al museo por donantes particulares y por Carlos Vertanessian, el principal coleccionista de fotografía antigua de Argentina. Curada por Patricio López Méndez y Gustavo Tudisco, la muestra exhibe un conjunto de trajes y objetos que guardan los códigos de una época y sus rituales ceremoniales, además del registro visual que, desde mediados del siglo diecinueve, asentó todos los eventos importantes de la vida.
Los objetos expuestos no están congelados en las vitrinas. Son, más bien, exhibidos como objetos carismáticos que guardan un relato, además de histórico, íntimo. Es esto lo que intentan mostrar los trajes de bodas restaurados por Edit Hidalgo, sastre principal del museo. Montados sobre maniquíes que guardan las proporciones antropométricas exactas, los vestidos cuelgan con sus plisados, frunces y pliegues, con su polisón y su canesú en la pechera, con sus tocados y velos, junto a zapatos de seda abotonados; y también las fotografías de novios con gesto severo. Porque lo que la narrativa curatorial marca, por sobre todas las cosas, es un trazado palpable que los conecta con el presente. Y al mirar estos objetos -por quiénes fueron producidos y usados y cómo terminaron en las salas de este museo- se pueden ampliar sus historias, más allá del tiempo que les dio origen. Así, ya no sólo encarnan el espíritu de una época, sino que significan una conexión visible con el modo en el que hoy vemos el mundo.
Patricio López Méndez, historiador y curador a cargo de la muestra, explica: “No es que queríamos sacar estos trajes de novia a relucir. No solamente. Cuando abrimos la sala de indumentaria y pusimos ese vestido lleno de plisados y moños con el polisón por detrás y los zapatitos de seda, quisimos decir algo: que la mujer se quedaba adentro, que era casi imposible salir a la calle con ese traje puesto. Tratamos de mostrar la reclusión y el lugar que una sociedad determinada les dio a las mujeres. Si los zapatos de seda no servían para caminar, entonces ¿qué nos muestran esos zapatos? “.
La ceremonia de la boda
A partir de 1888, con la ley del matrimonio civil, el Estado asumió la autoridad de registrar los contratos de matrimonio. Y con esto, las instituciones religiosas, dejaron de ser las únicas en inscribir los nacimientos, las muertes y los casamientos. Sin embargo, la ceremonia en la iglesia siguió siendo el acontecimiento primordial que concluía en un retrato de bodas, donde el fotógrafo fijaba la imagen de los novios y de sus familias. Quizás, como un modo de inmortalizar la existencia misma. También, porque en aquellos tiempos, tomar una fotografía era un acontecimiento.
La galería de imágenes es vasta. Hay retratos de mujeres vestidas de blanco con metros infinitos de tela arrastrando por el costado. Hay mujeres con vestidos negros: atuendos de luto readaptados para la ocasión. Todas sostienen ramilletes de flores con sus manos enfundadas en guantes. Llevan tocados de tul. Algunas son adolescentes. Los hombres llevan trajes, a veces demasiado holgados y otras, excesivamente cortos o apretados. Hay vestidos sencillos, tal vez heredados y vueltos a coser para encajar en la escena. Hay otros sofisticados y lujosos, fabricados con telas que, para la época, equivalían a una fortuna.
Las expresiones son siempre severas y los novios parecen distantes. Y quizás, estas miradas circunspectas señalen algo que, desde la perspectiva del presente, parece impensable: que en los compromisos de matrimonio del siglo diecinueve, no siempre intervenía el amor. Presunción que, según López Méndez, también traza uno de los aspectos más relevantes de esta muestra: “Para casarte en esa época, solo importaba que estuvieras apta. Estar apta significaba tener una primera menstruación. Esto quiere decir que las mujeres podían casarse a los 12 o 13 años. Y en algunos de estos retratos, vemos chicas adolescentes casándose con hombres de cuarenta o cincuenta años. Como historiador, estas imágenes me hicieron pensar en el momento medular que vivimos hoy. A mí me aterra ver que las sociedades se olvidan de los terrenos conquistados. Hay una tendencia mundial a perder los contextos; lo vemos en las series de televisión y en todas partes. Cuando se tergiversa la historia, se minimizan las luchas que hubo para que pasara algo en particular y para que se lograra un derecho. ¡Con todo lo que costó llegar! Los derechos, para mucha gente joven hoy, parecerían ser algo que siempre tuvimos. No. Tenemos la suerte de que las mujeres han salido a la calle a pelear por sus derechos, pero a veces parecería que ¿volvemos hacia atrás? ¿Se ponen en cuestión ciertas batallas? Nuestra obligación, como curadores, es contar historias que nos ayuden a pensar”.
La historia
Cuando la reina Victoria de Inglaterra se casó con el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha en 1840, lo hizo con un vestido blanco, cosido en seda, encajes y flores de azahar bordadas. Gracias a la fotografía y a las estampas que, con la Revolución Industrial empezaban a popularizarse, su imagen dio la vuelta al mundo y el color blanco se impuso como símbolo de pureza y castidad. Y mientras muchas mujeres hicieron el esfuerzo por seguir una moda que determinaría a Occidente para siempre, otras siguieron casándose con su mejor traje, sin importar su color. A veces, el mejor traje posible, era el que se llevaba durante los periodos de luto, entonces estrictos y frecuentes. “¿Cuál de estas cosas se le pedía al hombre? -se pregunta López Méndez-. Nada. Ellos podían casarse sin guardar castidad. Las mujeres lo hacían bajo esta condición. Y para tener partos. El amor no formaba parte de esto. El amor, en el siglo diecinueve, era clandestino. Así que importa recordar. Cuantas veces sea necesario. Para valorar nuestra libertad”.
“De blanco te esperé” exhibe una colección de objetos que, puestos en perspectiva, cuentan historias. No solamente sobre un relato de eventos, sino sobre una trama personal. Sobre el lugar de las mujeres y sobre los hombres. Y sobre la espera impuesta a la mujer: blanca, casta, hasta que llegara la boda y el amor (o no) y hasta que llegaran los hijos y entonces, la vida fuese algo memorable. Y así, cuando se exhiben estos vestidos con botones perlados escondidos, estos ajuares guardados entre pétalos de rosas, estos zapatitos de seda, estos vestidos recargados y estos retratos que guardan la culminación de una ceremonia, no se exhiben solamente estas cosas. Lo que se devela, en cambio, son las relaciones entre las personas, su lugar en un mundo pasado y también lo que se rompe para construir este presente.
Lucía Monti
Datos útiles: «De blanco te esperé» se exhibe en la Casa Fernández Blanco (Hipólito Yrigoyen 1420). Se puede visitar todos los días a partir de las 11, menos el martes. Los miércoles la entrada es gratuita.
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por Lucía Monti