Grabois contra las maestras: quién le hace el juego a la derecha?

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Para evitar citar en extenso sus palabras, te invitamos a escucharlo de su propia boca y sin recortes. Grabois comentó que él les dice a sus compañeros: «Vas todos los días, y cumplís el horario entero y te rompés el orto y si no al paredón. Y si no, sos un traidor a la patria, sos peor que Milei. Si vos, que tenés una responsabilidad con los pobres de la tierra, que es estar todo el día en el hospital y todos los días en el aula, no la cumplís, y encima tenés un rango de dirección, está todo mal.» Vamos a centrarnos en las trabajadoras de Educación, pero bien vale el paralelismo también con respecto a quienes se desempeñan en Salud.

«No puede ser que el Mapple de huevo en Argentina esté 8.000 pesos» pic.twitter.com/KetikpAHLl

— BLENDER (@estoesblender) April 14, 2025

Quienes primero respondieron fueron las trabajadoras y trabajadores aludidos, con testimonios personales de las condiciones en que desarrollan su trabajo cotidianamente, con bronca, con ejemplos desgarradores y con argumentos políticos e incluso cuestionamientos a sus inconsistencias teóricas. Lo sugestivo es que muchas respuestas también incluían el arrepentimiento o la desazón por haberlo votado o militar en sus filas con honesta convicción y, encontrarse, de repente con estas declaraciones de su referente político, que se sintieron como un ataque «inhumano» e injusto.

Milite a Grabois, vote a Grabois, pero no me voy a bancar que hable de los docentes como personas que sacamos licencias «del culo». Dichos similares tuvo Cristina hace pocas semanas. Los docentes estamos sometidos a un régimen, las licencias las deben confeccionar personal médico

— Cattatweet (@Cattatweet1) April 14, 2025

En mi cátedra somos dos docentes y 486 estudiantes.
Repito: 486 estudiantes

Salario? 300.000 pesos.
Repito: 300.000 pesos

NADIE ENTIENDE POR QUÉ SEGUIMOS DANDO CLASES EN NINGÚN NIVEL EDUCATIVO

— MaGui LóPeZ 💚 (@Tia_MaGui) April 15, 2025

Pagan justos por pecadores

Voy a hablar de las maestras o las docentes, porque en Argentina, el 94,6% de los trabajadores de Educación en el nivel primario son mujeres, lo que hace que nuestro país tenga la mayor tasa de feminización docente de la región. ¿Cuáles son las condiciones en que trabajan por las que su salud física y mental está minada? Pluriempleo. ¿Por qué? Porque con un cargo no es posible superar el límite de pobreza. Pero no es cualquier pluriempleo. Es pluriempleo educativo, es decir, horas y horas hablando, interactuando y siendo responsable de más de treinta o cuarenta menores de edad reunidos en un aula durante varias horas, sin calefacción en invierno, sin ventiladores en verano, sin la nutrición adecuada y trayendo a la escuela lo que es inevitable traer: la precarización extrema de la vida, incluso los casos de degradación social que incluyen la disolución de los lazos familiares y comunitarios, la delincuencia, las adicciones, la violencia, etc. Eso sin contar que, en sus hogares, la mayoría es responsable del trabajo de cuidados sin remuneración alguna. Cualquiera se enfermaría, por más «amor a la patria» que pueda sentir en su corazón. Para colmo, deben soportar control «patronal» que ejerce el Estado con empresas tercerizadas de medicina laboral que dictaminan si es justa o no la licencia que le han sugerido en consulta a quienes presentan alguna dolencia. Pero eso es otro tema, sigamos con Grabois.

¿Tan difícil de entender es que ese deterioro generalizado del poder adquisitivo del salario, de la mayor precariedad del empleo, de la degradación de los servicios públicos y de la vida en general tienen que ver con un ataque brutal y persistente ordenado por el FMI y cumplido a rajatabla por los gobiernos que asumen deudas fraudulentas y los otros que aceptan pagarlas sin chistar, cargando los costos sobre el pueblo trabajador? Y si no quiere nombrar a todos (porque Juan se empeña en seguir siendo parte de las listas electorales de quienes proponen un «capitalismo regulado por el Estado», a pesar del último callejón sin salida a la que condujo semejante utopía), al menos podría responsabilizar al ultraliberal de Milei y el delirante préstamo con el que el FMI le asegura una cierta tranquilidad a este gobierno en los meses de campaña, para condenarnos nuevamente a la miseria a varias generaciones.

Pero esto tampoco lo puede decir, porque Grabois no está de acuerdo en desconocer la estafa monumental de la deuda. Su programa político apenas si alcanza a «cancelar y renegociar» el acuerdo con el FMI. Es decir, propone otro acuerdo. ¿Acaso uno como el del exministro Martín Guzmán? Recordemos que, en aquella ocasión, uno de sus diputados nacionales dejó su asiento vacío en la Comisión de Presupuesto del Congreso cuando había que dictaminar sobre el pacto con el FMI, a sabiendas de que lo ocuparía otro miembro de Unión por la Patria: el que, firmando a favor, permitió que el proyecto llegara al recinto. ¿Y si pedimos «paredón» para el imperialismo y sus mecanismos de expoliación de nuestros pueblos, antes que para las maestras?

¿Bienaventurados los mansos?

Grabois dice, también, que quienes trabajan en el ámbito público tienen una «responsabilidad con los pobres de la tierra». Volvemos al principio: si hay algo que hay que reconocer, en semejantes condiciones deplorables, es que si la Educación pública funciona mínimamente al límite de su extenuación, es por la «responsabilidad» vocacional que sienten las docentes con «los pobres de la tierra». Apelar a esa noble vocación para responsabilizar individualmente a las trabajadoras es una tremenda canallada. Solo alguien que quiere eximir al Estado y sus gobernantes de la responsabilidad que les cabe, por ejemplo, en que se cumplan los derechos de niñas, niños y adolescentes, puede esgrimir semejante argumento derivado del concepto de «apostolado sufriente y de entrega a los demás» que promueve la doctrina católica, con promesa de recompensa celestial.

Tanto Grabois, como La Cámpora y otros sectores del peronismo, antes repetían esa retórica desde el poder del Estado, asimilando la posibilidad de transformación social a la dependencia clientelar de las políticas asistenciales estatales. Cero autoorganización, ni horizontalidad, ni colectivo social ni comunidad organizada democráticamente: Estado capitalista, pero «con ampliación de derechos». Política que ya vimos que sirvió para institucionalizar los movimientos sociales, cooptar a sus referentes, estatizar justas reivindicaciones y allanarle el paso a la ideología individualista, privatizadora y ruin de la ultraderecha. En el colmo de este exótico giro ultraliberal, Grabois ahora exige una vocación militante a los trabajadores del Estado, ¡pero bajo las condiciones cada vez más deplorables a los que son arrojados por las políticas del gobierno de Milei!

Y es más: ¿qué responsabilidad le cabe a las organizaciones sindicales que, como mínimo, deberían velar porque se respeten los derechos de la clase trabajadora? Ninguno. Quizás porque Juan consideró que éste era un momento oportuno para afiliar, sin una pizca de crítica, a su movimiento de trabajadores de la economía popular a esa central sindical que todo el mundo se pregunta a dónde está que no se ve, cuando enfrentamos las políticas de hambre y represión de este gobierno. Sin embargo, a las maestras les exige, con petulancia de capataz, que cumplan con su trabajo abnegadamente, como si pudieran darse el lujo de ejercer su vocación aunque no solo no satisfaga sus necesidades básicas, sino que encima las enferme. Con los gordos de la CGT, semiempresarios, semimillonarios y atornillados en sus sillones a fuerza de traiciones, construye formalmente la indiscutida unidad que necesitamos entre los distintos sectores de la clase trabajadora, pero formalmente, porque acepta esa conducción en eterna tregua con los poderosos y que no hace nada por imponer esa unidad en las calles, efectivamente.

Argentina humana… y capitalista

Pero la verdad es que Juan Grabois que predica una Argentina Humana, deposita sus únicas esperanzas en algo mucho más terrenal y cortoplacista que el paraíso: las elecciones de 2027. Mientras tanto, deja que el ajuste implacable se siga descargando dos años más sobre los «pobres de la tierra» para que, la próxima vez, acepten votar al malmenor que él y sus opciones frentistas representan. «No estamos proponiendo una revolución, ni siquiera una reforma. Nuestra revolución es que se cumpla la Constitución», confiesa en su último libro. Allí predica por un crecimiento compartido entre todos los sectores sociales que «requiere la comprensión, la aceptación o la resignación de los sectores económicamente dominantes». Como si doblegar la sed de ganancias de los grandes capitalistas se consiguiera a fuerza de sermones edificantes, mientras promete que el poder popular les permitirá «obtener una rentabilidad que recompense su iniciativa y los riesgos tomados, contar con un Estado que sea un socio en términos de servicios e infraestructura». Amén.

Para que los capitalistas «resignen un poco de sus ganancias, con el objetivo de que el Estado haga una distribución menos brutalmente desigual que la que hacen los gobiernos ultraliberales», le asigna a «los pobres de la tierra» el muy limitado rol de peticionar, ejercer presión y votar cada dos años. Elegir, incluso a los Scioli, Alberto o Massa si no queda otra, para que administren ese Estado que concederá mayores derechos si todo sale bien, pero se victimizará de no contar con «el poder real», cuando las cosas salgan mal. En el medio, nunca dará la relación de fuerzas para desatar la energía de las masas oprimidas y explotadas en una lucha que realmente «convenza» a los capitalistas, con la pedagogía de las acciones.

Separar la paja del trigo

Como escribieron hace unos días Octavio Crivaro y Patricio del Corro: «El kirchnerismo desarmó, desarticuló, silenció y desmovilizó, con un rol activo y consciente de muchas conducciones, a todos los que protagonizaron los principales movimientos en Argentina y que, sin duda, eran y son los llamados a enfrentar a la derecha. (…) … un Estado que ajustó, acrecentó la desigualdad y se subordinó al FMI, empujando a la desesperación a millones, hablaba desde cómodos despachos de funcionarios y funcionarias desenchufados de todo pesar popular, de las batallas para enfrentar a una derecha fantasmal. Frente a eso, la derecha comenzó a comer el coco a todo un sector de la población que creyó que su desempleo, que su hambre, que su precarización era porque el Estado era grande, porque se le daba mucho espacio y presupuesto a los derechos sociales y civiles, y porque el Estado pisoteaba su derecho mientras enaltecía a un sector ‘improductivo’. Ese fue el triunfo de Milei: que esos sectores no cuestionen una política económica que garantizó la desigualdad (más riqueza para los ricos, polvo para el resto) sino que una buena porción de sectores populares concentre su bronca en otros sectores de trabajadores, desocupados, mujeres, diversidades, docentes [1]

En el peronismo, hay sectores que cuestionan si no se «habrán pasado diez pueblos con tanto progresismo». Lo peor que podía hacer Grabois y su movimiento por una Argentina Humana es ir un paso más allá y repetir, directamente, lo mismo que los ultraliberales repiten para convencer a las masas populares, enfrentando a trabajadores precarios muy empobrecidos con trabajadores estatales cuyo poder adquisitivo cae velozmente y los arrastra a la misma condición. Es decir, adaptarse a eso que, más bien, tenemos que enfrentar, combatir y desterrar si aspiramos a un futuro menos deshumanizante. Algo por lo que las direcciones sindicales burocratizadas no están dispuestas a luchar; ni tampoco aquellas direcciones de los movimientos sociales que intentan sostenerse como mediadoras entre el Estado y los «beneficiarios» de sus políticas asistenciales, para evitar que esa fuerza poderosa de los de abajo patee el tablero de las migajas capitalistas que es (cada vez menos) pan para hoy y (cada vez más) hambre para mañana.

El cielo ¿puede esperar?

Y por último, un detalle: el exabrupto del paredón podría considerarse como un recurso de oratoria para convocar la atención. Pero en un país donde hubo un genocidio y el 5,6% de las víctimas de ese crimen atroz de la dictadura militar fueron docentes, habría que autolimitarse estilísticamente. Incluso también en gobiernos constitucionales, fueron fusilados docentes por las fuerzas represivas del Estado, como el neuquino Carlos Fuentealba mientras manifestaba en defensa de la Educación pública. Y si vamos a hablar de crímenes contra docentes, quizás sea bueno incluir a la vicerrectora Sandra y el auxiliar Rubén, muertos por la explosión de una garrafa en una escuela de la provincia de Buenos Aires o la vicedirectora Adriana de Jujuy, que se descompensó en una reunión en el colegio, y falleció por un ACV.

Por eso, necesitamos autoorganización fuerte, democrática y extendida en los lugares de trabajo, en los barrios, en las escuelas y universidades. No para hacerle «el ole» a esas burocracias sindicales, estudiantiles y de los movimientos sociales, sino para poner la unidad de nuestras fuerzas al servicio de recuperar los sindicatos, los centros de estudiantes y todas las organizaciones que necesitamos para luchar sin subordinarnos a ningún gobierno ni político que defienda intereses contrarios a los de las mayorías populares. Porque hay que desafiar a la ultraderecha, pero también a quienes le abonan el camino. Porque hay que dar una lucha de fondo, con una perspectiva antiimperialista y socialista para recuperar el poder para el pueblo trabajador, esos «pobres de la tierra» que, en el capitalismo, son los creadores de toda la riqueza que se les expropia mediante la explotación y la opresión. Un sistema brutal que nos consume la salud y el espíritu y hasta le niega, a esa mayoritaria clase trabajadora, la autopercepción de su enorme potencial de transformación social.

[1] Crivaro y del Corro, «Espontaneidad, organización y estatización en la lucha contra la derecha», Ideas de Izquierda, 13/04/25

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